Martes, 07 de Mayo 2024
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España UPEyDE Titulo: Islandia, la democracia y el papel de los partidos . Texto: Islandia es sin duda un país fascinante: con una población minúscula (319.000 hbs), una naturaleza impresionante que sedujo a Verne y una gloriosa literatura medieval que inspiró a Borges, alta calidad de vida y una población tan homogénea, heredera de los vikingos y sus raptos de mujeres, que ha servido de muestra demográfica ideal para estudios de genética histórica. Su economía se basa en la pesca y últimamente en la banca, hasta su quiebra. Islandia saltó a la fama por un grave patinazo de su política económica: sus tres grandes bancos, con la mayor parte de su negocio en el extranjero (y 10 veces mayor que el PIB de la isla), quebraron en la gran crisis financiera de 2008. Islandia se negó a garantizar los depósitos de los extranjeros -lo que le valió una denuncia del Reino Unido y Holanda, que éstos perdieron en los tribunales-, rescató a los bancos e inició un programa de reactivación económica con apoyo del FMI que le fue bastante bien, saliendo de la crisis mucho más rápido que los países de la UE (esto último ha enfriado considerablemente el tibio europeísmo del país, muy nacionalista en general, tras las dudas sobre la conveniencia de unirse al euro tras el desplome de su moneda). Aunque el programa de saneamiento económico fue obra de una coalición de socialdemócratas y verdes, en las elecciones de ayer el electorado optó por devolver el poder a dos partidos tradicionales considerados -obviamente, fuera de Islandia- responsables de los graves problemas económicos del país: el Partido de la Independencia y el Partido del Progreso, que suman el 503% de los votos. Aparte del varapalo para socialdemócratas y verdes, el resultado implica que la famosa Constitución ciudadana elaborada al margen de los partidos políticos pasará muy probablemente a mejor vida. Esta es la otra razón por la que Islandia se hizo mucho más famosa después de 2008: la posibilidad de que la isla escandinava estuviera siendo el laboratorio exitoso de una democracia sin partidos. Muchos se apresuraron a proclamarlo. Sin duda Islandia reaccionó contra su crisis político-financiera particular con una energía ciudadana admirable y una capacidad de recuperación envidiable. Otra cosa es que la ciudadanía fuera tan inocente de lo que había pasado como quieren pensar los adanistas que prefieren concentrar todos los vicios y delitos en unos pocos chivos expiatorios (por ejemplo, políticos y banqueros). El caso es que los ciudadanos islandeses, que ya gozaban de un alto nivel de vida, lo aumentaron gracias al mucho dinero que aportó el éxito pasajero de sus bancos especulativos. Su propia burbuja. Los bancos no tenían enemigos dignos de mención hasta que quebraron y pretendieron que los ciudadanos se hicieran cargo de sus deudas, como ha pasado en España, para nuestro mal, con las Cajas nacionalizadas. Entonces se armó el belén: se exigió la depuración de las responsabilidades y banqueros y políticos pasaron por el banquillo. Pero el hecho es que sólo dos banqueros fueron condenados y que los políticos fueron absueltos, lo cual parece justo teniendo en cuenta que si bien fueron obviamente irresponsables al dejar que la economía y la moneda islandesa dependiera de tres bancos hiperapalancados, se limitaron a ejecutar la política especulativa que sus electores votaron para poder pedir créditos baratos y comprar más y mejores casas, coches, barcos, servicios e infraestructuras. ¿Nos suena? Como suele suceder tan a menudo, buena parte de la opinión pública española, liderada por aguerridos periodistas resueltos a que la realidad no les estropeara un buen reportaje (el de ayer era Islandia regresa al pasado y sus variantes), se dedicó a inflar una burbuja política muy diferente: Islandia se había enfrentado con éxito a la dictadura del FMI (falso 100%); se negaba a pagar un rescate injusto a costa de sus ciudadanos (verdad a medias); políticos y banqueros, encarcelados (absoluta exageración); los ciudadanos habían tomado el control de las instituciones (como si antes estuvieran gestionadas por marcianos) y habían decidido redactar una nueva Constitución con métodos semejantes a los del 15M (con un incoherente resultado: prevé, por ejemplo, hacer de Islandia un Estado confesional); había nacido una nueva generación de líderes políticos sin nada que ver con el pasado y afectos a la democracia directa (ayer se demostró que no era para tanto). La verdad es que era un cuento político demasiado infantil para ser cierto, aunque la prensa española lo comprara sin pestañear. Bastaba con molestarse en buscar las fuentes originales sobre lo que pasaba en Islandia para que tanto geiser asambleario se apagara con el agua fría de una realidad distinta. Pero, ¿podía ser de otra manera? La democracia directa y asamblearia, sin partidos políticos ni otras instituciones mediadoras, sólo podría funcionar en una sociedad reducida, sencilla y muy homogénea. En un pequeño municipio sin grandes diferencias sociales, por ejemplo. Ni siquiera Islandia reunía todos esos requisitos. El único experimento conocido de larga duración relativa de una democracia así tuvo lugar en la Grecia clásica, en polis como Atenas (que en su auge no superó los 150.000 ciudadanos con derechos políticos, y era la más grande con diferencia), y siempre apoyada en la esclavitud y la exclusión política de las mujeres y metecos. Las sociedades complejas y abiertas, y las nuestras lo son, no pueden ser regidas por asambleas soberanas que parten de cero, ni por sorteos como los usados en Atenas para elegir a sus cargos y magistrados. El mundo se ha convertido en demasiado complicado e interdependiente para eso, y los sorteos para acceder a derechos han quedado -injustamente- limitados a la VPO. Los ciudadanos somos muchos y demasiado diferentes en creencias, preferencias e intereses como para que una asamblea presencial o virtual pueda conciliar las diferencias sin que las mayorías vulneren el derecho de las minorías a ser diferentes, estar representadas y ser oídas en las decisiones, preservando su sagrado derecho al desacuerdo. Una democracia sin partidos, representantes e instituciones es sencillamente una democracia sin derecho a la diferencia personal ni colectiva, activa y viva (en griego clásico, una demagogia o tiranía del demos). Cierto que una democracia tampoco puede ser gestionada por partidos corruptos, ineptos e irresponsables sin que fracase como está fracasando en España y otros países. De eso se trata, precisamente: de conseguir que los partidos estén bajo control y no se salgan del papel que les corresponde invadiendo la sociedad civil (como sucede en España, donde controlan todo con desastrosos resultados). Hay dos vías para eso: la legal, exigiendo a los partidos transparencia y democracia interna, y la del voto. Las leyes no sirven para nada, por buenas que sean, si a la gente no le importa la corrupción, el mal gobierno y el disparate político sistemático. Por eso lo fundamental aquí y ahora es cambiar el sistema de partidos para que sean más representativos, más democráticos y transparentes. Los partidos tradicionales deben reformarse y cambiar o desaparecer, y los partidos nuevos deben merecer el voto ciudadano con el ejemplo de sus acciones; eso es lo que nosotros procuramos a diario, y necesitamos muchas más personas para hacerlo más y mejor. En Islandia parece que han preferido dar una nueva oportunidad a los partidos y desoír a los que imaginaban su isla convertida en una gran Puerta del Sol. El tiempo dirá si han acertado; lo bueno de la democracia es que podrán cambiar de voto si les decepcionan, y volver a llevarles a los tribunales si hay fraude. Hoy Islandia es un país fuertemente endeudado y con numerosos emigrantes en busca de trabajo. Lo que está claro es que sus ciudadanos no quieren que también les quiten el derecho a elegir a sus representantes y gobierno en nombre de un paraíso de la democracia directa que parte de un gigantesco malentendido, pues la complejidad de una sociedad abierta no cabe de ninguna manera en la estrecha horma de un sistema asambleario, con o sin internet.