Domingo, 19 de Mayo 2024
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España Partido Popular Titulo: Esperanza Oña: De los políticos se realizan afirmaciones falsas y exageradas que convierten realidades inofensivas en delictivas. Texto: Voy a atreverme a expresar mi análisis sobre el problema de la corrupción. Me preocupa mucho que en España soportemos unos niveles elevadísimos de políticos sin escrúpulos y por eso, aun arriesgándome, aportaré mi opinión sincera también en el artículo de hoy. Sólo pretendo compartir mi convencimiento de que la causa de semejante problema parte de la sociedad en su conjunto y no es un hecho aislado cuyo origen se focalice en la llamada clase política. La corrupción política es una vergüenza para cualquier persona decente. Ocasiona un grave perjuicio a nuestra convivencia, porque sin credibilidad no se puede pedir confianza ni ofrecer esperanza. Es además una pésima compañera de viaje, no sólo por la falta total de ética, sino por la mezquindad que necesita siempre para poder actuar. Funciona por la utilización ilegítima en beneficio propio de unas influencias prestadas para desempeñar un cargo dirigido a alcanzar el bien común. Los políticos estamos en el punto de mira y de nosotros se realizan afirmaciones falsas, exageradas e incluso distorsionadas que convierten realidades inofensivas en delictivas. Con las redes sociales nos hemos hecho muy vulnerables, estamos desprotegidos sin posibilidad legal de defendernos de acusaciones espantosas. Pero es también verdad que existe la corrupción, tanta que se demanda una respuesta sin disimulos, contundente y eficaz. Por el bien de los políticos honestos, por el bien de los principios en los que sustentamos nuestra convivencia democrática y por el bien de todo lo demás. Estoy convencida de que la durísima crisis económica y sus graves consecuencias contribuyen a echar leña al fuego que ha provocado la falta de honradez. La población vive instalada en el hartazgo de una decepción continuada y sigue sin apreciar síntomas alentadores. Ante ello, se siente más ofendida, más burlada. Se siente, y con razón, humillada cuando los políticos que deben protegerla, se dedican a engordar su propio bolsillo. La rabia que provoca esta actitud repugnante se manifiesta con mayor ferocidad. Dicho esto, creyéndolo con franqueza y, precisamente, porque tanto en público como en privado me rebelo ante la corrupción, opino que las personas inocentes no deberíamos ser víctimas de la acusación masiva que supone generalizar. No pretendo justificar ni atenuar la carencia de escrúpulos. Nada más lejos de mi intención. Pero sí deseo poner el acento en su lugar. En España hay un problema de relajación cívica y moral que nos coloca en niveles similares a los del tercer mundo. Como española siento pena y apuro con la imagen que ofrecemos. Pero esta imagen refleja nuestra idiosincrasia y que la mayoría nos adaptamos perfectamente a vivir inmersos en una ausencia de ética continuada. Este es, en mi humilde saber y entender, el punto de partida. Si criticable es la corrupción en política, también lo es corromperse fuera de ella. Debemos preguntarnos todos si en nuestra vida diaria conocemos a personas que pagan sin IVA facturas que deberían incluir ese impuesto. Si conocemos a personas que faltan al trabajo alegando una enfermedad que no padecen, que solicitan becas mintiendo en la información que aportan para convencer al Estado de merecerla, o que perciben el subsidio por desempleo mientras desempeñan labores de forma sumergida. Si conocemos a otros que incluyen gastos personales en la contabilidad de su empresa, si los hemos visto en la notaría firmando escrituras con cifras más bajas a las reales o si sabemos de muchos que se jactan de hacer con el fisco todas las trampas posibles. Podríamos recurrir a infinidad de ejemplos que demostrarían nuestro concepto de las obligaciones ciudadanas. Los políticos salen de la sociedad y, por lógica, se comportan del mismo modo. Así de sencillo. Así de importante. Los españoles creen que sólo dos de cada diez políticos son impecables. No sé si será idéntica la proporción existente de ciudadanos ejemplares. Mejoremos nuestros hábitos cotidianos, seamos exigentes con nosotros mismos, formemos una sociedad más cívica y responsable. Sintamos orgullo de nuestro buen comportamiento. Los políticos que salgan a partir de ahí no caerán en la tentación de corromperse. Mientras tanto, que caiga todo el peso de la Ley sobre los corruptos, sean o no de la política.